El infantil rostro de la guerra

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Shara Naranjo

Coordinadora de contenidos y proyectos en Estudios Sociales de Colombia

Por más de un siglo, la vida cotidiana de la niñez en Colombia se ha desenvuelto en medio de un conflicto generalizado, en el que no solo han sido testigos, sino también actores activos y beligerantes. Existe una parte invisibilizada de la historia que no ha contado la participación de los niños en estos conflictos y cómo su involucramiento ha alimentado el ciclo de violencia en Colombia. Esta es la historia de esos niños.

La Guerra de los Mil Días

La Guerra de los Mil Días fue un devastador conflicto civil que concluyó con miles de muertos y la separación de Panamá, en un contexto de bipartidismo extremo entre liberales y conservadores. Este ambiente de radicalismo permeó incluso los juegos de los niños más privilegiados en los centros urbanos, y en el peor de los casos, a través del reclutamiento forzado o voluntario, se engrosaron las filas de los combatientes infantiles.

Los niños fueron encargados del espionaje, la mensajería y las ordenanzas. Fueron valorados por su agilidad, viveza, acatamiento de órdenes, falta de vicios y su impavidez ante el riesgo y la muerte. Uno de los ejemplos más notables de la presencia infantil en este enfrentamiento fue el batallón comandado por el general Vargas, conformado por niños nortesantandereanos de entre 15 y 17 años, que fue sacrificado en su totalidad durante el combate de Palo Negro.

La Violencia

El ambiente de hostilidad bipartidista se intensificó entre 1946 y 1965 en una guerra civil no declarada que nuevamente involucró a los niños. En este contexto, los menores se convirtieron en elementos activos de una tragedia.

En las márgenes de la pobreza, la violencia y la ruralidad, emergieron niños que se involucraron en el desorden social. Caporal, Chispas y Jaime Urrego Montoya son ejemplos de infantes que se unieron al conflicto, impulsados por la exposición a la violencia, la ausencia de justicia y la incredulidad en las instituciones del Estado, que desde muy temprano les mostraron la complicidad criminal de sus funcionarios y su voluntad de mantener los delitos en la impunidad.

Despojados de todo, estos niños ingresaron a las cuadrillas bandoleras en busca de protección, solidaridad, venganza y realización. De estas experiencias surgieron los líderes guerrilleros que encarnarían el conflicto en la segunda mitad del siglo en Colombia.

Bandolero alias Chispas
El conflicto actual

Sin embargo, el acuerdo bilateral del Frente Nacional no resolvió sino superficialmente las tensiones existentes y el conflicto en la realidad del país. En respuesta a un sistema político cada vez más cerrado y a una sociedad profundamente desigual, surgieron las guerrillas en el campo colombiano, junto con el paramilitarismo, que tenía raíces en vinculaciones anteriores del Estado con grupos al margen de la ley.

Estos grupos terminaron absorbiendo una significativa parte del país. Desde los años 70, los medios comenzaron a registrar con sorpresa lo insólito de los niños combatientes en Colombia. A inicios de este siglo, Colombia ocupaba el cuarto lugar entre los países del mundo con mayor número de niños en grupos armados ilegales, después de la República Democrática del Congo, Ruanda y Myanmar.

Durante la operación militar Berlín, en Suratá, Santander, murieron 100 personas y fueron capturadas 90, de las cuales 72 eran menores de 18 años. Informes de Save the Children y UNICEF coincidieron en que, para 2005, alrededor de 14.000 niños estaban involucrados como soldados en grupos insurgentes, lo que constituye una de las cifras más elevadas a nivel mundial.

Además, los informes oficiales mostraron que los niños que ingresaron a los grupos armados irregulares pertenecían a los cientos de menores analfabetos o con escasa educación que existían en el país. Para 1996, el 55% de estos niños apenas había llegado al quinto grado de primaria, un 4% era completamente analfabeto y tan solo un 8% estaba cursando el bachillerato.

Su presencia en los grupos armados no se debía únicamente al reclutamiento forzado. Un informe de la Defensoría del Pueblo señaló que el 90% de los niños que estaban en la guerrilla había entrado por voluntad propia, atraídos por las armas y los uniformes, o motivados por las condiciones de pobreza.

Además, los niños eran reclutados en las zonas de mayor conflictividad, dentro de los sectores más desfavorecidos y desamparados.

Sin familia, educación, redes de apoyo ni oportunidades concretas de trabajo y con un futuro incierto, los niños encontraron en las organizaciones ilegales la única posibilidad de sobrevivir. Así, fueron llevados como soldados porque eran fáciles de captar, vulnerables y el Estado no los protegía. Combatientes arriesgados y sumisos, más baratos y menos importantes para estas organizaciones, se convirtieron en una parte significativa de un largo conflicto en Colombia.

Más allá de conocer la historia para no repetirla, es esencial evidenciar cómo la sociedad y el Estado han fallado sistemáticamente a estos niños y niñas, lo que ha favorecido la reproducción de los ciclos de violencia en el país. En cada generación hay un porcentaje de niños al que la sociedad no es capaz de ofrecerle protección y es ignorado por el sistema ¿Cómo será la próxima generación que se está echando a perder frente a nuestros ojos?

Bibliografía

Ximena Pachón. “La persistencia de los niños combatientes en la Historia de Colombia”, Projeto História, São Paulo, n. 54, (2015): 14-48.

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