Shara Naranjo
Coordinadora de contenidos y proyectos en Estudios Sociales de Colombia
Aunque las desigualdades sociales son una constante en la historia de Colombia, sus formas y símbolos han cambiado. Las diferencias sociales marcaban también la experiencia en las ciudades pero su significado dista mucho del presente: andar descalzo, tomar sopa y habitar hacinados hacían parte de esta experiencia. Quédese y le contamos cómo se vivía en la Colombia de hace cien años.
Condiciones de vida
El día de un colombiano promedio en el siglo XX comenzaba entre las 5 y 6 de la mañana, pero su calidad de vida variaba significativamente según su posición socioeconómica. La mayoría de los obreros y campesinos vivían en pequeñas casas que no sobrepasaba los 2,5 metros de altura, construidas con materiales rudimentarios como adobe, techos de paja y puertas de tabla. Estas viviendas carecían de ventanas, eran oscuras y mal ventiladas.
Las condiciones de vida eran precarias: los desechos se acumulaban alrededor y los pozos abiertos servían como letrinas improvisadas. Fue solo hasta la década de 1930 cuando los retretes comenzaron a ser más comunes en los hogares colombianos.
Cuando no eran casas como la descrita anteriormente, las familias de la clase trabajadora vivían hacinadas, compartiendo espacios en casas divididas en habitaciones llamadas “tiendas”, algo común en ciudades como Bogotá.
El acceso a alimentos estaba determinado principalmente por el salario de los obreros. Un jornal diario apenas alcanzaba para cubrir una comida básica y, como extra, una vela de cebo.
La dieta diaria consistía en una sopa sencilla como desayuno.
En la Sabana, la papa, el maíz, la arracacha y las legumbres secas eran los productos más comunes. El maíz, en particular, era central en la dieta de los trabajadores, apareciendo en alimentos como la arepa y la chicha, una bebida fermentada que se consumía ampliamente.
La carne era rara en la dieta, y quienes la consumían regularmente solían ser aquellos con acceso a cultivos o animales en el campo. En las zonas rurales, las familias campesinas podían diversificar su dieta gracias a la agricultura de subsistencia.
Socialización y ocio
Las actividades recreativas estaban igualmente condicionadas por la posición económica. Mientras los obreros se reunían en las chicherías tras la jornada laboral, donde podían relajarse y compartir una bebida con sus compañeros, las clases altas buscaban espacios más exclusivos como los cafés o clubes sociales.
Estos lugares de reunión reflejaban las diferencias económicas, ya que las chicherías eran espacios más accesibles y flexibles, pero también marginales en comparación con los centros de reunión de la élite.
El domingo las clases sociales coincidían en un mismo ritual: la misa dominical. Las familias se vestían con sus mejores ropas, y mientras las clases altas exhibían su riqueza, las clases trabajadoras intentaban lucir lo mejor posible dentro de sus limitaciones económicas.
Después de la misa, las actividades recreativas variaban. Las clases populares disfrutaban de paseos al campo, comidas al aire libre y baños en ríos cercanos, mientras que la élite se divertía en casas a las afueras de las ciudades o paseos por los parques, que quedaron restringidos a los sectores de la élite.
Conclusiones
La vida en una ciudad en vías de modernizarse luchaba mucho por dejar su halo colonial y extranjerizar sus hábitos y costumbres. Las clases populares fueron en gran medida ajenas a estos procesos, en un momento en que además se hablaba mucho sobre los ciudadanos, pero su imaginario se alejaba mucho de los hombres descalzos de Colombia.
Mientras las élites se esforzaban por modernizar y extranjerizar sus costumbres, también se hacía cargo de crear un imaginario de ciudadano y ciudadanía que no incluía a las clases populares ni campesinas.