El tejido de la historia

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Shara Naranjo

Coordinadora de contenidos y proyectos en Estudios Sociales de Colombia

La historia de la moda en Colombia es un espejo de los procesos históricos, sociales y económicos que han configurado el país. Desde el siglo XIX, el vestuario no solo ha reflejado la jerarquía social y los cambios culturales, sino también las tensiones entre modernización y tradición, globalización e identidad local. 

Este análisis detalla cómo la moda colombiana ha evolucionado como un discurso visual y simbólico, profundamente arraigado en los cambios estructurales de la sociedad.

 

El siglo XIX marcó un periodo de transición en el que Colombia, tras su independencia, comenzó a construir una identidad nacional y allí, la moda, particularmente en las élites urbanas, se convirtió en una herramienta de distinción social. 

Las mujeres de la alta sociedad adoptaron los estilos europeos, especialmente franceses y británicos, con vestidos voluminosos, corsés rígidos y accesorios elaborados. Esta estética no era solo una imitación de Europa, sino también una afirmación del poder de las élites criollas, que buscaban legitimarse en el contexto de una sociedad postcolonial.

En contraste, las clases populares y las comunidades rurales seguían vistiendo de acuerdo con sus tradiciones funcionales y posibilidades artesanales. Este dualismo en la moda simbolizaba las divisiones sociales y regionales del país, exacerbadas por el centralismo político, un país predominantemente rural y sus estructuras de poder dominantes.

La industrialización de principios del siglo XX transformó el panorama económico y social de Colombia, impactando directamente la moda. Su historia se vincula a la 

Con la fundación de Coltejer en 1907 y Fabricato en 1923, el país comenzó a construir una industria textil que no solo abastecía al mercado interno, sino que también promovía una narrativa de progreso. 

La década de 1920 marcó una revolución silenciosa en la moda femenina. Influenciadas por los movimientos internacionales de liberación femenina, las mujeres colombianas comenzaron a abandonar el corsé y a adoptar vestidos más ligeros y rectos. Este cambio no fue uniforme ni inmediato: en las zonas rurales, las transformaciones llegaban lentamente, filtradas por las dinámicas de poder y acceso. No obstante, las ciudades más conectadas con el exterior, como Bogotá y Medellín, vieron en esta nueva silueta un símbolo de modernidad y participación femenina en los espacios públicos.

Durante las décadas de 1940 y 1950, la influencia de la Segunda Guerra Mundial y el cine hollywoodense transformaron las nociones de feminidad y moda. En Colombia, los trajes de chaqueta y vestidos entallados se popularizaron entre las mujeres urbanas, reflejando tanto el ideal de elegancia como la funcionalidad requerida en una sociedad que experimentaba una creciente urbanización y participación femenina en la economía. El cine, como medio masivo, se convirtió en un vehículo crucial para trasladar estas tendencias al país, reforzando la dependencia cultural de Colombia hacia las potencias occidentales.

A partir de los años 60, la moda en Colombia comenzó a asumir un papel más dinámico, influenciada por los movimientos sociales globales y las crecientes demandas de modernización. Las nuevas generaciones urbanas abrazaron la minifalda y los colores vibrantes, desafiando las normas tradicionales y vinculándose a los movimientos de liberación sexual y emancipación femenina. Sin embargo, esta transformación no fue homogénea: en las regiones rurales y conservadoras, estos estilos aún eran vistos con recelo, reflejando las tensiones entre modernidad y tradición.

La industria textil y de confección también experimentó un auge en este periodo. Medellín emergió como el epicentro de la moda en Colombia, consolidando eventos como Colombiamoda y Colombiatex en las décadas de 1980 y 1990. Diseñadores como Toby Setton lideraron un cambio paradigmático, introduciendo conceptos como el prêt-à-porter y los desfiles de moda en un mercado hasta entonces dominado por la ropa funcional. 

Durante los años 80 y 90, el auge de la economía del narcotráfico impactó significativamente la estética de la moda. La “narcoestética”, con sus excesos y ostentación, influyó en el diseño y la percepción de la moda colombiana, especialmente en las élites urbanas. Esta estética se convirtió en un símbolo de poder, pero también exacerbó la desigualdad y las tensiones sociales en torno al significado del lujo y la legitimidad cultural.

En el siglo XXI, la moda colombiana ha encontrado una nueva narrativa, marcada por la búsqueda de sostenibilidad e identidad cultural. Diseñadores como Silvia Tcherassi y Johanna Ortiz han llevado las tradiciones artesanales y los materiales locales a las pasarelas internacionales, proyectando una imagen de innovación y autenticidad. Al mismo tiempo, el “hecho en Colombia” ha adquirido un nuevo valor, no solo como un sello de calidad, sino también como una reivindicación de la diversidad cultural del país.

En este periodo, la moda ha dejado de ser exclusivamente un reflejo de tendencias globales para convertirse en una herramienta de transformación social. La inclusión de comunidades indígenas y afrodescendientes en la producción de textiles y diseños no solo enriquece la estética, sino que también plantea un desafío crítico a las dinámicas tradicionales de poder en la industria. La sostenibilidad, entendida como un balance entre lo económico, lo cultural y lo ambiental, se ha convertido en el eje central de una industria que busca trascender las fronteras del consumo y establecerse como un motor de cambio.

La historia de la moda en Colombia no es solo un registro de estilos y tendencias; es una narrativa viva que refleja las luchas, aspiraciones y contradicciones de una sociedad en constante transformación. Desde los salones de las élites decimonónicas hasta las pasarelas internacionales contemporáneas, la moda ha sido tanto un vehículo de inclusión como de exclusión, un espacio de resistencia y de adaptación. Explorar esta historia es comprender cómo el vestir ha servido para construir, negociar y proyectar la identidad colombiana en un mundo cada vez más globalizado.

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