La violenta relación de Colombia con la tierra

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Colombia es el segundo país más biodiverso en plantas, anfibios, mariposas y peces de agua dulce, y el primero en orquídeas y aves. A pesar de su riqueza natural, también ostenta un grave récord: es el país donde más líderes ambientales son asesinados.

Esta contradicción se hace aún más evidente al ser Colombia anfitrión de la próxima COP16 de Biodiversidad. ¿Cómo ha llegado el país a esta situación? ¿Cómo se explica esta relación violenta entre la biodiversidad y la realidad social colombiana?

Una mirada desde el exterior

Desde el siglo XVIII, Colombia ha llamado la atención de científicos internacionales. La primera gran Expedición Botánica, liderada por el español José Celestino Mutis en 1783, sentó las bases para el estudio de la biodiversidad del país. 

Esta expedición no solo fue crucial para la botánica, sino que también impulsó el desarrollo de otras disciplinas científicas como la medicina, geografía, astronomía y minería.

En el siglo XIX, el barón alemán Alexander von Humboldt llevó a cabo una expedición, que incluyó el territorio de Nueva Granada, donde recolectó más de 60.000 muestras de plantas, de las cuales muchas eran especies nuevas. Humboldt mostró al mundo que América no solo tenía oro, sino una abundante diversidad biológica que merecía atención. 

Gracias a estos exploradores, la imagen de Colombia como un país megadiverso se consolidó en el ámbito internacional. Sin embargo, este reconocimiento científico contrastó con una historia de violencia y explotación territorial. 

Colonización y explotación de la tierra

Sin embargo, la relación de Colombia con su tierra ha sido profundamente violenta. Un ejemplo claro es la colonización de los Llanos Orientales, una vasta región de sabanas y selvas que durante siglos fue habitada por comunidades indígenas que vivían en estrecha relación con su entorno natural. 

Con la llegada del gobierno republicano en el siglo XIX, comenzó una agresiva política de privatización de tierras y abolición de los resguardos indígenas, marcando el inicio de un proceso de despojo cultural y territorial.

Los Llanos Orientales, vistos por los colonos como “tierras nuevas” que debían ser explotadas, se convirtieron en el escenario de una ocupación basada en la ganadería extensiva. Este modelo económico impulsó la deforestación y la conversión de las sabanas en tierras de pastoreo, afectando gravemente los ecosistemas locales. 

Para los pueblos indígenas que habitaban la región, este proceso significó la pérdida de sus medios de subsistencia, ya que la fauna silvestre, fundamental para su dieta y cultura, fue diezmada por la expansión ganadera. La introducción de ganado no solo alteró el equilibrio ecológico, sino que también impuso nuevas dinámicas sociales y económicas, alejadas de las formas tradicionales de manejo sostenible del territorio que practicaban las comunidades nativas.

Así, la violencia sistemática contra los pueblos nativos se institucionalizó y, a menudo, fue tolerada por las autoridades locales, quienes incluso organizaron expediciones para cazar y exterminar a los indígenas.

El proceso de colonización en los Llanos no solo transformó la relación con la tierra, sino que también diezmó a los pueblos indígenas que habían habitado la región durante siglos. A medida que los nativos eran desplazados o exterminados, la región fue transformándose en un territorio marcado por grandes haciendas ganaderas y latifundios. 

Esta expansión ganadera, que prometía desarrollo económico, se dio a costa de la biodiversidad y la vida de los habitantes originales, consolidando un modelo extractivo que sigue presente hasta nuestros días.

La contradicción no resuelta

Hoy, Colombia sigue siendo un país megadiverso, albergando entre 200.000 y 900.000 especies. Sin embargo, la relación con la tierra sigue marcada por la explotación de sus recursos, a menudo de manera insostenible, lo que ha generado conflictos continuos entre quienes buscan conservarla y aquellos que desean aprovecharse económicamente. 

Este conflicto se refleja en la alarmante cifra de asesinatos de defensores del medio ambiente: en 2023, Colombia registró 79 asesinatos de líderes ambientales, lo que representa el 40% de los casos a nivel mundial, según el informe de Global Witness.

La paradoja es clara: mientras el mundo reconoce a Colombia por su biodiversidad, dentro de sus fronteras la lucha por la tierra se convierte en un campo de batalla. Los recursos naturales, que deberían ser motivo de orgullo y conservación, se han convertido en un motivo de violencia y muerte. 

La falta de protección efectiva tanto para la biodiversidad como para quienes la defienden revela una contradicción no resuelta en la relación de Colombia con su territorio. Para superar este desafío, el país debe replantear su enfoque hacia la tierra. 

La conservación de su biodiversidad no puede continuar a costa de la vida de aquellos que la protegen. Es necesario encontrar un equilibrio entre la explotación de los recursos y la protección del medio ambiente, donde la sostenibilidad sea el eje central.

¿Quieres saber más?

Gómez L., Augusto J. Llanos Orientales: Colonización y Conflictos Interétnicos, 1870-1970. Instituto Colombiano de Antropología, 1985.

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