Alejandro Alvarado
Director Ejecutivo de Estudios Sociales de Colombia
La democracia en Colombia no está en crisis, está en un largo proceso de maduración que ha salido costoso, pero que ha empezado a dar frutos con la conciencia social sobre la importancia de las instituciones y los funcionarios respetuosos del Estado de derecho y de un surgimiento de una nueva ética pública liderada por voceros de todas las corrientes del pensamiento político.
Llegar a tener el derecho a competir en elecciones con posibilidades reales de ganar le costó a la sociedad Colombia 200 años de intentos y fracasos, y sobre todo de violencias políticas. El sistema político lo soportó y construyó una república entre balas y bombas, así son las cosas en clave colombiana.
A veces sentimos desesperanza ante las noticias negativas y decidimos aceptar el pesimismo del pronóstico, sin embargo cada vez más el país tiene ciudadanías activas con capacidad de comprender e incidir en los debates públicos y esto ha sido el resultado de los esfuerzos conjuntos de la sociedad civil y al proceso de democratización de las últimas décadas.
Nunca antes en la historia política del país las mujeres habían tenido posiciones de poder tan significativas como la Vicepresidencia, la Fiscalía General de la Nación, la Procuraduría General de la República y la Defensoría del Pueblo. Así mismo podemos reconocer como sociedad la existencia de garantías y libertades sexuales, religiosas y políticas que están más cerca de su real eficacia que hace 30 años atrás.
Claro que también en conmemoraciones y conversaciones sobre la democracia es tiempo de recordar a tantas personas que perdieron la vida por defender sus proyectos e ideas políticas, vidas que fueron raptadas, torturadas y perseguidas en su intento de crear un proyecto distinto del país que ha condenado a millones a la pobreza y a la exclusión.
Colombia marcha sin duda a crear una nueva etapa de su democracia, pues el debate ya no se trata solamente de derechos políticos y procesos electorales, se trata de garantía de derechos, responsabilidad pública y derechos de comunidades étnicas e integridad del proceso democrático.
Este país ha construido su sistema político a pesar de sí mismo y ha sido capaz de negociar en los últimos 20 años dos procesos de paz que aun con sus imperfecciones han salvado miles de vidas.
De esta larga trayectoria nos queda la lección sobre el precio de la libertad, que es la eterna vigilancia. La democracia debe ser cuidada ante el riesgo permanente de caer en cantos de sirena, ante el peligro de los fundamentalismos y el extremismo, ante el riesgo de las violencias y las discriminaciones.